" Terror en san Marcos"


Había una vez un pequeño pueblo llamado San Marcos, ubicado en lo profundo de un valle rodeado de densos bosques y misteriosas montañas. Sus habitantes vivían en paz y armonía, ajeno a los oscuros secretos que se escondían en su historia. Sin embargo, un malvado espíritu burlón acechaba desde las sombras, esperando el momento adecuado para desatar su maldad.

Este espíritu, conocido como Juan Lara, era un ser enigmático y despiadado. Aparecía de vereda en vereda y de pueblo en pueblo, buscando a una muchacha a quien asediar y enloquecer. Se decía que en vida fue un hombre libidinoso, condenado a vagar eternamente sin poder enamorarse ni ser correspondido. Su condena lo llevó a convertirse en un ser lleno de amargura y venganza.

Una noche, un grupo de valientes niños de San Marcos decidió explorar los misterios que envolvían la leyenda de Juan Lara. Movidos por la curiosidad y la emoción de una aventura, se adentraron en los oscuros bosques en busca del lugar donde se decía que el espíritu maligno solía aparecer.

Sin embargo, lo que los niños no sabían era que habían tomado el camino equivocado. Siguiendo una extraña señal en el camino, se encontraron en la vereda de San Felipe, cerca de San Marcos. Era el lugar donde Juan Lara había asediado a una muchacha de cabellos rubios y ojos verdes en el pasado.

El ambiente se volvió cada vez más siniestro y pesado a medida que avanzaban. La oscuridad envolvía los árboles y el viento susurraba palabras ininteligibles. El grupo comenzó a sentir el peso de una presencia maligna que los observaba desde la penumbra.

De repente, una risotada retumbante resonó en el aire. Los niños se miraron entre sí, llenos de temor y ansiedad. Sabían que era el espíritu de Juan Lara que se acercaba, dispuesto a lanzar su furia sobre ellos. La batalla épica estaba por comenzar.

Con cada risotada, el espíritu arrojaba piedras y objetos misteriosos hacia los niños. Los pequeños, envalentonados por su unión y coraje, se defendían valientemente, esquivando las piedras y contraatacando con sus propias armas. A pesar del miedo que sentían, se negaban a ser víctimas de la maldad de Juan Lara.

La batalla duró horas, en medio de una oscuridad cada vez más densa. Los niños luchaban con todas sus fuerzas, protegiéndose mutuamente y enfrentando al espíritu con determinación. La magia y el misterio se entrelazaban en un enfrentamiento sobrenatural.

Los valientes niños de San Marcos se encontraban inmersos en una batalla épica contra el malvado espíritu de Juan Lara. La oscuridad era aplastante, y el viento aullaba como una siniestra melodía que envolvía el escenario. La risotada burlona de Juan Lara resonaba en el aire, enviando escalofríos por la espalda de los niños.

El espíritu maligno arremetía con fuerza, lanzando piedras y objetos hacia los pequeños, mientras su risa retumbaba en sus oídos. Las sombras danzaban a su alrededor, creando figuras distorsionadas que amenazaban con envolverlos. Los niños se defendían valientemente, utilizando su ingenio y coraje para esquivar los ataques y contraatacar.

El terreno se volvía cada vez más peligroso, con trampas ocultas y senderos enrevesados. Los niños se movían con cautela, tratando de anticipar los movimientos del espíritu. Pero Juan Lara era astuto, apareciendo y desapareciendo en un instante, siempre un paso adelante de sus perseguidores.

De repente, uno de los niños tropezó con una antigua estatua que emergía de la tierra. La figura era grotesca y macabra, con ojos vacíos y una sonrisa siniestra tallada en su rostro. Los niños intuyeron que la estatua era clave en la derrota de Juan Lara y decidieron utilizarla en su beneficio.

Con gran esfuerzo, los niños lograron mover la estatua hacia un lugar estratégico. Sabían que debían aprovechar la vulnerabilidad del espíritu para atacarlo. Entonces, con una combinación de valentía y destreza, lograron atrapar a Juan Lara entre la estatua y un antiguo árbol retorcido.

El espíritu luchaba con desesperación por liberarse, pero las fuerzas malignas que lo envolvían se debilitaban poco a poco. La risa burlona se convirtió en un grito desgarrador mientras los niños ejercían presión sobre él. Finalmente, con un último alarido de derrota, el espíritu de Juan Lara se desvaneció en la nada.

El silencio llenó el aire, interrumpido solo por la respiración agitada de los niños. Habían triunfado en una batalla contra el mal, pero el terror que habían enfrentado había dejado huellas profundas en sus corazones. Aunque victoriosos, la experiencia había transformado su inocencia en una madurez prematura.

Regresaron a San Marcos con la cabeza en alto, conscientes de que habían superado una prueba que pocos podrían enfrentar. Su valentía y determinación habían salvado a su pueblo de la maldad de Juan Lara, pero el precio había sido alto. En sus ojos brillaba una mezcla de triunfo y tristeza por lo que habían presenciado.

San Marcos honró a los valientes niños como héroes, pero su alegría se mezclaba con la sombra de lo ocurrido. La historia de la batalla épica se convirtió en una leyenda oscura, una advertencia para aquellos que se atrevieran a desafiar las fuerzas sobrenaturales que acechaban en la noche.

Los niños, marcados por la experiencia, llevaron consigo las cicatrices invisibles de la batalla. Aprendieron que la valentía y la fuerza de voluntad pueden vencer incluso a los horrores más profundos, pero también comprendieron que el precio de enfrentarse al mal puede ser incalculable.

Y así, San Marcos encontró la paz que tanto anhelaba, pero nunca olvidaría la batalla épica que transformó a sus valientes niños en guerreros de la oscuridad. En la tranquilidad aparente del pueblo, permanecía el eco siniestro de aquella noche fatídica, recordando a todos que el mal siempre acecha en las sombras más inesperadas.


Autor: Pomponio
Magíster